miércoles, 29 de enero de 2014

Martiniano Chilavert, su pasión y su muerte

Si debiera realizarse un dibujo, una imagen de hombre, de soldado, de patriota, si debiera verse la imagen inmensa de un valiente, sin duda seria le efigie del Coronel Martiniano Chilavert. El primer artillero de la patria.
La historia que contaremos es el final de su vida, una vida dedicada plenamente a la patria, no es la única historia que podríamos contar, pero si podemos afirmar que es la historia en donde se ve su valor y hombría en toda su inmensidad.
Chilavert volvió de España en 1812 a donde había ido a estudiar matemáticas, ciencia útil para los artilleros. Se embarcó en la fragata Canning junto que San Martin, Alvear, Zapiola. Imaginen Uds. lo que habrá sido ese viaje.
En 1820 estuvo bajo el mando de Alvear en el periodo llamada "Anarquía del año XX", se exilió en Montevideo, renunció al ejército y en 1824 se recibió de ingeniero, participo de la urbanización de Bahía Blanca, volvió al ejército y la batalla de Ituzaingó lo vio como un valiente y un exacto artillero bajo el mando de Iriarte. En esta batalla se ganó el respeto de propios y extraños. Vale aclarar que un artillero bien preparado puede detener la avanzada de cualquier ejército por sí solo. A la vuelta de la batalla y ya identificado con la política unitaria continuó prestando servicio con Lavalle y el oriental Rivera.
Coronel Martiniano Chilavert
(16 de Octubre de 1798-4 de febrero de 1852)
Chilavert  mostró claro disgusto por la alianza de unitarios y franceses en 1838 por lo cual fue relevado y exiliado en Brasil.
En 1845 luego de la batalla de Obligado librada entre ingleses, franceses y unitarios exiliados en Montevideo contra la Confederación  Argentina, no pudo tolerar la traición contra la patria de sus ex compañeros políticos, le escribió a Rosas y se puso a su disposición "...por ser opuesto a mis principios combatir contra mi país unido a fuerzas extranjeras, sea cual fuera la naturaleza del gobierno que lo rige".
"El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella."
Rosas ni lerdo ni perezoso lo puso a cargo de su artillería pero no sería una tarea fácil, los unitarios lo trataron de traidor. Y aquí comienza el final de su historia.
La noche anterior a la Batalla de Caseros participó de la junta de Jefes que Rosas había convocado. En esa reunión, cuenta Saldías en su “Historia de la Confederación Argentina”, tomó la palabra y dijo que no había discusión sobre si se debía combatir. Que él no sabría donde ocultar su espada si había de envainarla sin combatir al enemigo que enfrente estaba. Que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante; por que así era cien veces más gloriosos morir al pie de sus cañones combatiendo, como cien veces vergonzosas las concesiones de un enemigo que se creía vencedor cuando en la boca de aquellos debía resonar todavía la gran voz de la patria, la voz del honor.  “Si vencemos-dijo-, yo me hago eco de mis compañeros de armas para pedirle al general Rozas que emprenda inmediatamente la organización nacional. Si somos vencidos, nada pediré al vencedor, que soy suficientemente orgulloso para creer que él pueda darme gloria mayor que la que pueda darme yo mismo, rindiendo mi último aliento bajo la bandera a cuya honra me consagré desde niño”
Estas palabras, son la clara descripción de los ideales del patriota y también el testamento y visión de lo que ocurriría apenas unas horas después.
 Las palabras de Chilavert habían calado hondo en el general Rosas. A las 9 de la mañana, ya enfrentados los ejércitos, Rosas le dio la orden: “Coronel, Sea Ud. El primero que rompa sus fuegos sobre los imperiales que tiene a su frente” y con el primer cañonazo comenzó la batalla que daría fin al gobierno federal de Juan Manuel de Rosas.  
Luego de Caseros, en donde Urquiza se une con orientales, unitarios y el imperio del Brasil contra Rosas, tuvo una actuación más que destacada. Con sus 300 artilleros detuvo el avance de 12.000 hombres del ejército aliado. Cuando se acabaron las balas de cañón mandó a juntar las balas de los brasileros que habían caído cerca, cuando estas se acabaron, usó como proyectiles los escombros del palomar que se desmoronaba. Con los cañones al rojo vivo los artilleros de Chilavert los enfriaban con baldazos de agua, cuando el agua se acabó se aprestaron a orinarlos.
Quedaba todavía un último proyectil y le ordenó al Sargento Aguilar que le cargue el cañón. Él mismo hizo la puntería a la columna imperial certeramente.
Cuando todo estaba ya acabado y no quedaba mas nada para tirar, y cuando ya estaba todo perdido, el ejército de Rosas disuelto y en huida, él se quedó.
Su asistente Aguilar le suplicaba entre lágrimas que huyera con el caballo que él le había preparado. “Pobre Aguilar- le dijo Chilavert- te perdono lo que me propone tu cariño. Los hombres como yo no huyen. Toma mi reloj y mi anillo dáselos a Rafael (su hijo); toma mi caballo y mi apero y sé feliz. Adiós” Chilavert sabia sin duda que lo esperaba la muerte y la esperaba con todo el orgullo que el mismo había declarado la noche anterior. Rechazó la oportunidad de escapar por orgullo propio y sentimiento patrio. Lo que no sabía el pobre coronel, digno de respeto, era el ingrato final que le esperaba.
Cuentas las crónicas (Tanto Aguilar, Antonino Reyes, como el propio hijo de Chilavert) que con toda soberbia, apoyado sobre uno de los cañones, encendió un cigarro y esperó.
Se acercó el capitán Alamán y le dijo “Ríndase oficial. Ud. es mi prisionero”. (No tenía idea aún con quien estaba hablando), con infinito cansancio y parsimonia, lentamente se paró, sacó su arma del cinto y apuntándole: “Si me toca, señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues yo lo que busco es a un oficial superior para entregar mis armas”. El capitán asombrado por la actitud no pudo mas que mandar a llamar a un superior. La tropa de Alamán admiraba en silencio a ese hombre que aún rendido seguía siendo un hombre valiente. Quizás ese valor contuvo a todos esos soldados que no conocían a ese artillero que ahora sin soltar el arma seguía pitando su cigarro.
Cuando llegó el superior, sin bajar del caballo se presentó “Acá estoy coronel, soy el coronel Virasoro”, Chilavert sin hablar y con claras muestras de dolor se acercó y le extendió su arma y su sable.
- Señor coronel, aquí me tiene a su disposición.  Le aclaro que sufro de hemorroides y no puedo caminar.  Si me quita el caballo, prefiero que use esa arma para pegarme cuatro tiros acá mismo.
-No tema usted, coronel Chilavert.
-¿Cómo sabe mi nombre?.
 -todos conocen su fama, coronel….
Venciendo el dolor subió al caballo.
 -Ahora lléveme con su general, coronel.
 Virasoro marcó la dirección y se encaminaron hacia Palermo.
A mitad camino llegó la orden de Urquiza de que lo traigan caminando. Imagínense el calvario de ir la mitad del viaje caminando desde Morón a Palermo.
Cuando llegó rendido de dolor y cansancio le permitieron sentarse en un banco del jardín. Estuvo allí esperando por algunas horas, durante ese tiempo tuvo la oportunidad de escaparse dado el descontrol que reinaba en la casona que había sido de Rosas y ahora se convertía en cuartel general de Urquiza.
Cuando el entrerriano los mandó llamar, se levantó aun con dolor, se abrochó la chaqueta y se acomodó el pelo. Un soldado lo acompañó y golpeó la puerta. De adentro una voz dio la orden de entrar. El artillero entró solo, solo como había sido encontrado en el campo de batalla, solo.

-Pase usted, coronel Chilavert.  Tome asiento – y Urquiza hizo un ademán señalando una silla.

-Estoy bien así, general (prefería no sentarse)

Durante unos momentos el trato y la conversación fueron respetuosos y con las formas que dos caballeros se merecen.
La charla comenzó a elevar el tono y se transformó en discusión, Urquiza le recriminó la traición y Chilavert le respondió que en esa habitación había solo un traidor y no era él.
Urquiza se defendió aludiendo que Rosas llevaba adelante una tiranía y estaba retrasando la constitución del país.
Entonces Chilavert desafiante le dijo:

-Eso no le da derecho a que un ejército extranjero invada nuestro país.  La constitución nos la podemos dar nosotros, sin esos brasileros esclavistas que tanto dinero le han prestado.

-Y usted. ¿Quién es para decirme qué es bueno o malo para este país?

-Un soldado que lleva cuarenta años peleando por su país y que de ninguna manera aceptará que fuerza extranjera alguna pise ésta, mi patria, aunque traigan constitución, emperador y todo el oro del mundo… Mil veces he de morir, antes de sufrir el oprobio de vender mi patria –Chilavert le respondió gritando para que todos escuchen y definitivamente puso punto final a la conversación.

Urquiza llamó al soldado que custodiaba la puerta, “Acompañe al coronel”, “Vaya Ud. nomás coronel”, inmediatamente llamó a sus edecanes y les aclaró “Al coronel me lo fusilan por la espalda, como a un traidor”.
Otra vez lo dejaron esperando en el jardín un buen rato al calor de febrero, se acercó el mayor Modesto Rolón, se presentó y le pidió que lo acompañara, se alejaron en silencio y cuando llegaron a un galpón le comunicó de la orden del general Urquiza. Chilavert pidió un momento para hacer una plegaria y se alejó unos metros. Cuando terminó se acercó nuevamente.
“Estoy pronto”.
Se acercó a la pared, se sacó el tirador y los arrojó delante suyo.

-Esto es para ustedes –le dijo a los soldados-, hay algo de dinero y unos cigarros.  Repártanselos.  Solo les pido que apunten al pecho.
Con total resignación se puso en posición. Rolón se acercó y le ofreció un pañuelo para vendarse los ojos que Chilavert rechazó. Rolón casi al oído, quizás con vergüenza ajena, le informó “De espaldas coronel”. Lo miró sin entender, no podía creer lo que escuchaba. Vaya uno a saber que pensó Chilavert en esos segundos, la habrá hervido la sangre, “Como un traidor? Yo? A mi? fusilarme de espaldas?”,  enseguida Rolón sufrió un terrible golpe que lo lanzó a un par de metros, “Como a un traidor no!, tiren al pecho”. Se acercaron un par de soldados que tuvieron la misma suerte que Rolón.
“Como un traidor no, como un traidor, jamás. Tiren acá.  Tiren al pecho, al pecho, que yo no soy un traidor.  Traidores son los que venden a esta patria.  Tiren al pecho". 
Un facón brilló entre los golpes y empujones.  “Al pecho, al pecho.  Traidores son los que se entregan a un imperio de esclavos por unas monedas.”  –
Un facón cruzó al coronel en medio de los empujones. Esto no lo detuvo. Como una fiera salvaje seguía gritando “al pecho, tiren al pecho”. Chilavert sabía claramente que esa pelea no era por su vida, era por su honor y nada más, lo último que le quedaba.  Definitivamente y en una lucha desigual se clavaron las bayonetas y lanzas contra el cuerpo ya casi caído de Chilavert  mientras se le iba la vida.  “¡No soy traidor, no soy traidor!”. Un hacha voló mortalmente contra la cabeza del coronel mientras seguía repitiendo ya totalmente ensangrentado “Tiren acá”. Recién ahí cayó al piso,  Virasoro sacó el revólver y descargó sus balas sobre el hombre que todavía no se resignaba a ser fusilado como un traidor.  En una convulsión final se señaló el pecho.  Con un hilo de voz, murmuró por última vez “tiren acá, acá” y mirando el cielo cerró los ojos para siempre.
Las crónicas de la época y luego los historiadores dejarán siempre en claro que su espalda no sufrió ninguna herida, estaba totalmente sana.  Aun en la desgracia del vencido, aun prisionero, aun frente al pelotón, no dejó por un solo instante de ser un verdadero guerrero que no tuvo ni en su último suspiro, un gramo de miedo.
Dice Saldías “Chilavert se propuso morir como hombre reconcentrado en su genial entereza”
El cuerpo del Coronel fue tratado con saña salvaje y Urquiza dio la orden de que quede insepulto. Una práctica que solo se da a los hombres de la más baja calaña.
El país le reclamará más tarde a Urquiza el fusilamiento del primer artillero de la patria, incluso Sarmiento quien era boletinero del ejército aliado le reprochará en su carta desde Santiago de Chile en 1852: “Por qué mató, General, a Chilavert al día siguiente de la batalla, después de la conversación que tuvieron?” “Contemplando con Mitre el cadáver desfigurado me decía: A quien habrá degollado el general en este pobre Chilavert?” “Chilavert era el único que le quedaba para oponérsele, por su habilidad y valor”.
Ahí quedo unos días el cuerpo del coronel Chilavert, héroe de Ituzaingó, tirado sin siquiera ser encomendado a Dios. Más tarde Urquiza mandó entregar el cuerpo totalmente destrozado.

Hoy Chilavert descansa (si así puede llamarse) en una bóveda del cementerio de Recoleta, una bóveda ajena, prestada, sin placas, sin homenajes. Hasta el día que a alguien se le ocurra darle el lugar que le corresponde en la historia. 
Batalla de Caseros-3 de febrero de 1852
Fuentes:
La caída de Rosas-Jose Maria Rosa
Historia de la Confederacion Argentina-Tomo III- Adolfo Saldías
Caseros, las vísperas del fin- Oscar Lopez Matto

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