miércoles, 29 de enero de 2014

Martiniano Chilavert, su pasión y su muerte

Si debiera realizarse un dibujo, una imagen de hombre, de soldado, de patriota, si debiera verse la imagen inmensa de un valiente, sin duda seria le efigie del Coronel Martiniano Chilavert. El primer artillero de la patria.
La historia que contaremos es el final de su vida, una vida dedicada plenamente a la patria, no es la única historia que podríamos contar, pero si podemos afirmar que es la historia en donde se ve su valor y hombría en toda su inmensidad.
Chilavert volvió de España en 1812 a donde había ido a estudiar matemáticas, ciencia útil para los artilleros. Se embarcó en la fragata Canning junto que San Martin, Alvear, Zapiola. Imaginen Uds. lo que habrá sido ese viaje.
En 1820 estuvo bajo el mando de Alvear en el periodo llamada "Anarquía del año XX", se exilió en Montevideo, renunció al ejército y en 1824 se recibió de ingeniero, participo de la urbanización de Bahía Blanca, volvió al ejército y la batalla de Ituzaingó lo vio como un valiente y un exacto artillero bajo el mando de Iriarte. En esta batalla se ganó el respeto de propios y extraños. Vale aclarar que un artillero bien preparado puede detener la avanzada de cualquier ejército por sí solo. A la vuelta de la batalla y ya identificado con la política unitaria continuó prestando servicio con Lavalle y el oriental Rivera.
Coronel Martiniano Chilavert
(16 de Octubre de 1798-4 de febrero de 1852)
Chilavert  mostró claro disgusto por la alianza de unitarios y franceses en 1838 por lo cual fue relevado y exiliado en Brasil.
En 1845 luego de la batalla de Obligado librada entre ingleses, franceses y unitarios exiliados en Montevideo contra la Confederación  Argentina, no pudo tolerar la traición contra la patria de sus ex compañeros políticos, le escribió a Rosas y se puso a su disposición "...por ser opuesto a mis principios combatir contra mi país unido a fuerzas extranjeras, sea cual fuera la naturaleza del gobierno que lo rige".
"El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella."
Rosas ni lerdo ni perezoso lo puso a cargo de su artillería pero no sería una tarea fácil, los unitarios lo trataron de traidor. Y aquí comienza el final de su historia.
La noche anterior a la Batalla de Caseros participó de la junta de Jefes que Rosas había convocado. En esa reunión, cuenta Saldías en su “Historia de la Confederación Argentina”, tomó la palabra y dijo que no había discusión sobre si se debía combatir. Que él no sabría donde ocultar su espada si había de envainarla sin combatir al enemigo que enfrente estaba. Que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante; por que así era cien veces más gloriosos morir al pie de sus cañones combatiendo, como cien veces vergonzosas las concesiones de un enemigo que se creía vencedor cuando en la boca de aquellos debía resonar todavía la gran voz de la patria, la voz del honor.  “Si vencemos-dijo-, yo me hago eco de mis compañeros de armas para pedirle al general Rozas que emprenda inmediatamente la organización nacional. Si somos vencidos, nada pediré al vencedor, que soy suficientemente orgulloso para creer que él pueda darme gloria mayor que la que pueda darme yo mismo, rindiendo mi último aliento bajo la bandera a cuya honra me consagré desde niño”
Estas palabras, son la clara descripción de los ideales del patriota y también el testamento y visión de lo que ocurriría apenas unas horas después.
 Las palabras de Chilavert habían calado hondo en el general Rosas. A las 9 de la mañana, ya enfrentados los ejércitos, Rosas le dio la orden: “Coronel, Sea Ud. El primero que rompa sus fuegos sobre los imperiales que tiene a su frente” y con el primer cañonazo comenzó la batalla que daría fin al gobierno federal de Juan Manuel de Rosas.  
Luego de Caseros, en donde Urquiza se une con orientales, unitarios y el imperio del Brasil contra Rosas, tuvo una actuación más que destacada. Con sus 300 artilleros detuvo el avance de 12.000 hombres del ejército aliado. Cuando se acabaron las balas de cañón mandó a juntar las balas de los brasileros que habían caído cerca, cuando estas se acabaron, usó como proyectiles los escombros del palomar que se desmoronaba. Con los cañones al rojo vivo los artilleros de Chilavert los enfriaban con baldazos de agua, cuando el agua se acabó se aprestaron a orinarlos.
Quedaba todavía un último proyectil y le ordenó al Sargento Aguilar que le cargue el cañón. Él mismo hizo la puntería a la columna imperial certeramente.
Cuando todo estaba ya acabado y no quedaba mas nada para tirar, y cuando ya estaba todo perdido, el ejército de Rosas disuelto y en huida, él se quedó.
Su asistente Aguilar le suplicaba entre lágrimas que huyera con el caballo que él le había preparado. “Pobre Aguilar- le dijo Chilavert- te perdono lo que me propone tu cariño. Los hombres como yo no huyen. Toma mi reloj y mi anillo dáselos a Rafael (su hijo); toma mi caballo y mi apero y sé feliz. Adiós” Chilavert sabia sin duda que lo esperaba la muerte y la esperaba con todo el orgullo que el mismo había declarado la noche anterior. Rechazó la oportunidad de escapar por orgullo propio y sentimiento patrio. Lo que no sabía el pobre coronel, digno de respeto, era el ingrato final que le esperaba.
Cuentas las crónicas (Tanto Aguilar, Antonino Reyes, como el propio hijo de Chilavert) que con toda soberbia, apoyado sobre uno de los cañones, encendió un cigarro y esperó.
Se acercó el capitán Alamán y le dijo “Ríndase oficial. Ud. es mi prisionero”. (No tenía idea aún con quien estaba hablando), con infinito cansancio y parsimonia, lentamente se paró, sacó su arma del cinto y apuntándole: “Si me toca, señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues yo lo que busco es a un oficial superior para entregar mis armas”. El capitán asombrado por la actitud no pudo mas que mandar a llamar a un superior. La tropa de Alamán admiraba en silencio a ese hombre que aún rendido seguía siendo un hombre valiente. Quizás ese valor contuvo a todos esos soldados que no conocían a ese artillero que ahora sin soltar el arma seguía pitando su cigarro.
Cuando llegó el superior, sin bajar del caballo se presentó “Acá estoy coronel, soy el coronel Virasoro”, Chilavert sin hablar y con claras muestras de dolor se acercó y le extendió su arma y su sable.
- Señor coronel, aquí me tiene a su disposición.  Le aclaro que sufro de hemorroides y no puedo caminar.  Si me quita el caballo, prefiero que use esa arma para pegarme cuatro tiros acá mismo.
-No tema usted, coronel Chilavert.
-¿Cómo sabe mi nombre?.
 -todos conocen su fama, coronel….
Venciendo el dolor subió al caballo.
 -Ahora lléveme con su general, coronel.
 Virasoro marcó la dirección y se encaminaron hacia Palermo.
A mitad camino llegó la orden de Urquiza de que lo traigan caminando. Imagínense el calvario de ir la mitad del viaje caminando desde Morón a Palermo.
Cuando llegó rendido de dolor y cansancio le permitieron sentarse en un banco del jardín. Estuvo allí esperando por algunas horas, durante ese tiempo tuvo la oportunidad de escaparse dado el descontrol que reinaba en la casona que había sido de Rosas y ahora se convertía en cuartel general de Urquiza.
Cuando el entrerriano los mandó llamar, se levantó aun con dolor, se abrochó la chaqueta y se acomodó el pelo. Un soldado lo acompañó y golpeó la puerta. De adentro una voz dio la orden de entrar. El artillero entró solo, solo como había sido encontrado en el campo de batalla, solo.

-Pase usted, coronel Chilavert.  Tome asiento – y Urquiza hizo un ademán señalando una silla.

-Estoy bien así, general (prefería no sentarse)

Durante unos momentos el trato y la conversación fueron respetuosos y con las formas que dos caballeros se merecen.
La charla comenzó a elevar el tono y se transformó en discusión, Urquiza le recriminó la traición y Chilavert le respondió que en esa habitación había solo un traidor y no era él.
Urquiza se defendió aludiendo que Rosas llevaba adelante una tiranía y estaba retrasando la constitución del país.
Entonces Chilavert desafiante le dijo:

-Eso no le da derecho a que un ejército extranjero invada nuestro país.  La constitución nos la podemos dar nosotros, sin esos brasileros esclavistas que tanto dinero le han prestado.

-Y usted. ¿Quién es para decirme qué es bueno o malo para este país?

-Un soldado que lleva cuarenta años peleando por su país y que de ninguna manera aceptará que fuerza extranjera alguna pise ésta, mi patria, aunque traigan constitución, emperador y todo el oro del mundo… Mil veces he de morir, antes de sufrir el oprobio de vender mi patria –Chilavert le respondió gritando para que todos escuchen y definitivamente puso punto final a la conversación.

Urquiza llamó al soldado que custodiaba la puerta, “Acompañe al coronel”, “Vaya Ud. nomás coronel”, inmediatamente llamó a sus edecanes y les aclaró “Al coronel me lo fusilan por la espalda, como a un traidor”.
Otra vez lo dejaron esperando en el jardín un buen rato al calor de febrero, se acercó el mayor Modesto Rolón, se presentó y le pidió que lo acompañara, se alejaron en silencio y cuando llegaron a un galpón le comunicó de la orden del general Urquiza. Chilavert pidió un momento para hacer una plegaria y se alejó unos metros. Cuando terminó se acercó nuevamente.
“Estoy pronto”.
Se acercó a la pared, se sacó el tirador y los arrojó delante suyo.

-Esto es para ustedes –le dijo a los soldados-, hay algo de dinero y unos cigarros.  Repártanselos.  Solo les pido que apunten al pecho.
Con total resignación se puso en posición. Rolón se acercó y le ofreció un pañuelo para vendarse los ojos que Chilavert rechazó. Rolón casi al oído, quizás con vergüenza ajena, le informó “De espaldas coronel”. Lo miró sin entender, no podía creer lo que escuchaba. Vaya uno a saber que pensó Chilavert en esos segundos, la habrá hervido la sangre, “Como un traidor? Yo? A mi? fusilarme de espaldas?”,  enseguida Rolón sufrió un terrible golpe que lo lanzó a un par de metros, “Como a un traidor no!, tiren al pecho”. Se acercaron un par de soldados que tuvieron la misma suerte que Rolón.
“Como un traidor no, como un traidor, jamás. Tiren acá.  Tiren al pecho, al pecho, que yo no soy un traidor.  Traidores son los que venden a esta patria.  Tiren al pecho". 
Un facón brilló entre los golpes y empujones.  “Al pecho, al pecho.  Traidores son los que se entregan a un imperio de esclavos por unas monedas.”  –
Un facón cruzó al coronel en medio de los empujones. Esto no lo detuvo. Como una fiera salvaje seguía gritando “al pecho, tiren al pecho”. Chilavert sabía claramente que esa pelea no era por su vida, era por su honor y nada más, lo último que le quedaba.  Definitivamente y en una lucha desigual se clavaron las bayonetas y lanzas contra el cuerpo ya casi caído de Chilavert  mientras se le iba la vida.  “¡No soy traidor, no soy traidor!”. Un hacha voló mortalmente contra la cabeza del coronel mientras seguía repitiendo ya totalmente ensangrentado “Tiren acá”. Recién ahí cayó al piso,  Virasoro sacó el revólver y descargó sus balas sobre el hombre que todavía no se resignaba a ser fusilado como un traidor.  En una convulsión final se señaló el pecho.  Con un hilo de voz, murmuró por última vez “tiren acá, acá” y mirando el cielo cerró los ojos para siempre.
Las crónicas de la época y luego los historiadores dejarán siempre en claro que su espalda no sufrió ninguna herida, estaba totalmente sana.  Aun en la desgracia del vencido, aun prisionero, aun frente al pelotón, no dejó por un solo instante de ser un verdadero guerrero que no tuvo ni en su último suspiro, un gramo de miedo.
Dice Saldías “Chilavert se propuso morir como hombre reconcentrado en su genial entereza”
El cuerpo del Coronel fue tratado con saña salvaje y Urquiza dio la orden de que quede insepulto. Una práctica que solo se da a los hombres de la más baja calaña.
El país le reclamará más tarde a Urquiza el fusilamiento del primer artillero de la patria, incluso Sarmiento quien era boletinero del ejército aliado le reprochará en su carta desde Santiago de Chile en 1852: “Por qué mató, General, a Chilavert al día siguiente de la batalla, después de la conversación que tuvieron?” “Contemplando con Mitre el cadáver desfigurado me decía: A quien habrá degollado el general en este pobre Chilavert?” “Chilavert era el único que le quedaba para oponérsele, por su habilidad y valor”.
Ahí quedo unos días el cuerpo del coronel Chilavert, héroe de Ituzaingó, tirado sin siquiera ser encomendado a Dios. Más tarde Urquiza mandó entregar el cuerpo totalmente destrozado.

Hoy Chilavert descansa (si así puede llamarse) en una bóveda del cementerio de Recoleta, una bóveda ajena, prestada, sin placas, sin homenajes. Hasta el día que a alguien se le ocurra darle el lugar que le corresponde en la historia. 
Batalla de Caseros-3 de febrero de 1852
Fuentes:
La caída de Rosas-Jose Maria Rosa
Historia de la Confederacion Argentina-Tomo III- Adolfo Saldías
Caseros, las vísperas del fin- Oscar Lopez Matto

lunes, 27 de enero de 2014

Manuel Ascencio Padilla y la guerrilla altoperuana

Entre los comandantes más intrépidos y valerosos de la lucha por la independencia americana en el frente del Alto Perú se encuentra Manuel Ascencio Padilla.
Quien junto a su esposa, Juana Azurduy, libraron el 4 de Marzo de 1814 la Batalla de Tarvita enfrentándose  a las tropas realistas de Benito López.
Los guerrilleros de Padilla y Azurduy  tenían una relación de 5 a 1 en contra y estaban mal armados en comparación con el ejército godo, se sabía que los realistas estaban bien organizados y eran muy disciplinados, no sería para nada una tarea fácil. La situación negativa no amedrentaría a los comandantes norteños. Con el conocimiento que López  avanzaba a paso firme hacia Tarvita, entonces no dudaron en enfrentarlos aun estando  en  clara desventaja.
Manuel A. Padilla
1774-1816
La táctica ideada por Padilla era la de emboscarlos en un desfiladero y sacar ventaja del factor sorpresa. Dos días estuvieron apostados y esperando a los realistas, dos días en el mismo lugar sin moverse, agazapados, clara muestra, si es que las hay, de valor y fe en la causa, de plena confianza en sus comandantes. La orden de Padilla fue clara, “Nadie se mueve hasta que el ultimo godo haya entrado en el desfiladero”. Y así fue, no volaba una mosca cuando el escuadrón de Padilla los enfrentó cara a cara y pese a la sorpresa, el ejército de López, bien entrenado y mejor armado como ya habíamos anunciado, resistió con estoica disciplina los embates de los defensores del norte. Esto no atemorizó a Padilla, quien ordenó la retirada y entonces el general López cometería el peor error que puede cometer un comandante, viendo que su ejército resistió firmemente y que eran superiores en número, no dudó en ordenar la persecución. El plan de Padilla llegaba a su punto de no retorno, en cuanto el ultimo realista entró en el desfiladero, en una perfecta maniobra de pinza los Húsares de Azurduy atacaron el flanco izquierdo y el escuadrón de Zarate por el derecho, inmediatamente los guerrilleros de Padilla los volvieron a enfrentar y el ejército de López, por más que estuvieran mejor entrenados y armados no pudieron resistir el ataque por tres frentes simultáneamente. Durante dos horas y media resistieron como pudieron pero fue imposible, entonces Benito López no tuvo mas alternativa que retroceder acosados por la guerrilla. Se refugiaron en la casa del cura de Tarvita, una casa grande, de anchas paredes y techo de paja. Los guerrilleros del Alto Perú rodearon la casa. Podían haber permanecido esperando que se acabaran los recursos y se rindieran por el hambre y la sed, pero prefirieron infligir un castigo mayor, el plan era que se rindan inmediatamente y así obtener un triunfo completo, con el ejército español caído en batalla, la moral de los realistas sufriría un golpe importante. En un primer intento atacaron a los hombres de López a campo abierto, descubiertos, pero al ver que los refugiados bien a cubierto respondían con bravura desde adentro de la casa y muchos guerrilleros habían caído a merced de las balas de fusil, se ordenó el alto el fuego. El segundo plan fue incendiar la casa obligándolos a huir del interior, pero entre la retirada de López, la reorganización del ejército revolucionario y la persecución, López antes de refugiarse mandó a sus hombres a cubrir el techo de paja con barro. Entonces Padilla ideó una tercera alternativa. Este plan era muy arriesgado pero daría resultado. Dio entonces la orden de mantenerse  apostados  y a resguardo hasta que él volviera y se perdió entre los caminos polvorientos de Tarvita. Cuando volvió ni Juana ni sus hombres entendían bien cuál era el plan ni qué había en el bulto de cuero que traía al hombro. Habló con sus hombres y les dijo que cuando el subiera al techo ellos debían disparar a las ventanas de la casa. Enseguida logró colocar una rustica escalera y trepándose dio la señal y empezó la balacera, con el ruido de los fusiles de los realistas no se escucharon los golpes que estaban perforando el techo. López solo ordenada que no dejen de tirar. Una vez que Padilla logró realizar un boquete suficientemente grande para que la bolsa de cuero lograra ingresar, la prendió fuego y la tiró, rápidamente cubrió el hueco con la paja y el barro que había sacado. La bolsa de cuero llena de ajíes prendida incendiada se convirtió en una bomba de gas lacrimógeno picante que fue imposible resistir. Entre vómitos, asfixia y lágrimas el ejército de López no tuvo más alternativa que rendirse mansamente ante los guerrilleros de Padilla y Azurduy.

Padilla y Azurduy sufrieron más derrotas de lo que muchos conocen en la guerra por la independencia de América, tanto así como 4 hijos.
Padilla siguió luchando en la zona alto peruana, con idas y vueltas, tuvo diferencias con otros caudillos norteños y con los jefes porteños que no lo apoyaban en su guerrilla y perjudicaban la defensa  de toda la región.
Fue asesinado el 14 de septiembre de 1816 junto con todos los guerrilleros apresados tras caer en la Batalla de La Laguna. El Coronel Aguilera expuso su cabeza en la plaza de este poblado clavada en una lanza.
El Gral. Belgrano en honor a sus servicios y sin saber que había sido asesinado lo ascendió a Coronel, al enterarse le dio el cargo de Teniente Coronel a Juana Azurduy, aquel Belgrano que no había aceptado toda la ayuda ofrecida por Padilla antes de la derrota de Ayohuma y que mas tarde le entregara su espada en reconocimiento de su error.

Juana Azurduy

domingo, 26 de enero de 2014

El Cautivo de Til Til


Mas de uno quizá se decepcione al leer con asombro que este Blog sobre historia Argentina le dedica su primer entrada a un extranjero, mas aun a un oriundo de Chile. Teniendo en cuenta nuestra "rivalidad" típica de hermanos que se llevan mal. Sin embargo creemos que es un justo homenaje divulgar esta historia ya que, cuando Chile no era Chile ni Argentina era Argentina, tanto los ideales de emancipación trasandinos como nuestros patriotas actuaron mancomunadamente para lograr la liberación del yugo de la corona española, sin siquiera pensar que años después estas naciones estarían a la vez tan unidas y tan distanciadas, pero esa es otra historia. La idea de este Blog es de alguna manera realzar los valores de aquellas personas que trascendieron todo tipo de frontera, una de ellas es sin dudas nuestro General José de San Martin, hombre probo y desinteresado, fundamental para nuestra historia y la de América Latina, pero reconociendo su humanidad, debemos convencernos que no podría haber realizado las proezas que todos conocemos sin colaboradores, Manuel Xavier Rodríguez y Erdoíza, fue uno de ellos y sin duda habría tenido una comunión de ideales con nuestro libertador ya que él lo eligió para una tarea fundamental en su plan de liberar Chile. Justificado ya el motivo de este escrito pasemos a la historia que es lo que nos interesa. Manuel Rodríguez es una figura legendaria, podría decirse "Emblemática",  en la historia de Chile y de América en las guerras de emancipación. Hombre acaudalado, abogado de profesión, diputado, secretario de guerra, capitán de Ejército y Director Supremo. Pero ninguno de todos sus cargos oficiales le dieron tanta fama como su trabajo en la clandestinidad, durante el periodo revolucionario de América. En múltiples ocasiones cruzó la cordillera de los Andes trayendo y llevando mensajes secretos de José de San Martín y preparando el terreno en Santiago para la ofensiva del Ejército Libertador. Entre 1815 y 1817 el gobierno de Chile pasó al Mariscal de Campo Francisco Casimiro Marcó del Pont;  quien había obtenidoo la Gobernación de Chile por influencias de su familia y gobernó con la más extremada violencia y mano dura.  

El ejército chileno decidió su retirada a Mendoza, cruzando los pasos cordilleranos de los Andes al mando del General O'Higgins . Junto a él emigraron los hermanos Carrera (de quienes ya contaremos alguna historia) y también Manuel Rodríguez. Apenas llegado a Mendoza, Rodríguez se incorpora a los preparativos de la Reconquista del territorio nacional y colabora con San Martin y Bernardo O'Higgins en el campamento El Plumerillo. Don José de San Martín, había concebido la idea que para asegurar la independencia de Las Provincias Unidas de Sur, era necesario liberar primero Chile y luego pasar al Perú por mar. Entonces acepta un plan de Manuel Rodriguez y le encarga la delicada misión de organizar clandestinamente la rebelión en Chile en contra del dominio español. San Martín (ni lerdo ni perezoso  vio en Manuel Rodríguez el emisario ideal y lo comisionó para ir a Chile a deslizar una pequeña fuerza en la retaguardia enemiga para mantener vivo el espíritu de la insurrección en las poblaciones trasandinas. Mientras San Martín y O'Higgins organizaban un ejército para cruzar los Andes y liberar Santiago, encargaron a Manuel Rodriguez iniciar dicha serie de actividades guerrilleras que inquietaran a los españoles y levantaran la moral patriota. Básicamente la tarea consistía en no dejar que se durmiera la revolución y mantenerla activa. 



Manuel Rodríguez era robusto, bien parecido, dotado de una gran simpatía y bien formado, tenía un valor a toda prueba, elocuente, astuto y audaz. 
Estas cualidades lo acompañaron siempre en sus acciones de guerrilla contra los realistas. Normalmente hostigaba a esas fuerzas dejando innumerables testimonios de coraje e inteligencia militar. su audacia le permitía eludir las fuerzas realistas y asestar certeros golpes en San Felipe, Santiago, Melipilla y San Fernando. Otras veces cruzaba por el Paso del Planchón. 

Cuenta la historia que una vez, cuando "el guerrillero", como lo llamaban a Manuel Rodríguez, se hallaba con el hacendado Eulogio Celis concertando un plan para armar a los montoneros, una partida realista se aproxima a la casa. Rodríguez sin saber como ocultarse y ya sin chances de escape se mete en un cepo que tiene Celis, por su calidad de subdelegado, para castigo de ebrios y maleantes  haciéndose pasar por un pobre hombre. Los soldados realistas registran la casa y se detienen junto al cepo, el oficial da unos puntapiés al insensible borracho dándole órdenes a Celis de soltarlo cuando se le pase la borrachera.
Muchas son las peripecias que la sabiduría popular ha convertido en verdaderas leyendas que lo tienen como protagonista. Se cuenta que, perseguido por tropas realistas, se refugió en el convento de Apoquindo de los frailes dominicos, y que disfrazado de monje, condujo a sus perseguidores por todas las dependencias del recinto.  

Entre 1815 y 1817, Manuel Rodríguez logra llevar el desorden entre las tropas realistas y organiza una red que cada tanto aparecían y desaparecían como por arte de magia asestando golpes al ejercito español. El guerrillero era muy escurridizo. Su osadía llegó al punto de vestirse de mendigo y abrirle la puerta del carruaje al mismísimo Casimiro Marcó del Pont a la salida de un edificio y además recibir una moneda por el servicio de parte del gobernador, quien ya había puesto precio a su cabeza. Con esta acción la figura de Rodriguez adquiere título de leyenda y como todos sabemos las leyendas trascienden en la tradición oral de los pueblos. Rodriguez ya no era solo genio militar sino que ademas se convertía en una especie de Robin Hood por su simpatía y audacia.

En enero de 1817, Rodríguez perpetra sus últimas hazañas. Con ochenta hombres cae sobre Melipilla y se apodera de los fondos recaudados por "contribuciones" forzosas, botín que reparte entre sus hombres, para que puedan alimentar a sus familias. 

Rodríguez siempre tuvo un carácter apasionado y esto le acarreó algunos problemas. En 1817, ocupó San Fernando y cambió a las autoridades locales, hecho que no fue aceptado por el gobierno. Hilarión de la Quintana, Director Supremo interino en ausencia de O'Higgins, ordenó su detención acusándolo de preparar una conspiración en favor de José Miguel Carrera. Tras algunos meses en prisión, fue liberado por orden del General San Martín, quien lo nombró auditor de guerra del Ejército. Este hecho evidencia el aprecio y respeto que le tenía y evidentemente aun no habían terminado sus planes para con Rodriguez.

Rodríguez se encontraba en Santiago cuando a la capital llegó la noticia del Desastre de Cancha Rayada (1818). Alentó a todo el mundo con el grito de "¡Aún tenemos patria, ciudadanos!" y organizó un nuevo escuadrón militar, los Húsares de la Muerte. Durante 48 horas ejerció como interino, y por designación popular, el cargo de Director Supremo, gesto que se consideró peligroso para el gobernante titular.

Una vez que retornó la tranquilidad tras la Batalla de Maipú (5 de abril de 1818), se ordenó la disolución de los Húsares de la Muerte y Rodríguez fue detenido en el cuartel de San Pablo, de donde fue sacado el 25 de mayo de 1818. Se dijo que era para ser trasladado a Valparaíso y que allí se formalizaría su deportación. Sin embargo, al llegar a las cercanías de Til-Til, fue asesinado y su cuerpo enterrado en la capilla de esa localidad. Los custodios alegaron que había tratado de escapar. Nosotros creemos que este personaje se habia tornado peligroso por su ascendencia con los ciudadanos y capaz de influenciar una revuelta interna.
Con su muerte, Manuel Rodríguez se transformó en una suerte de héroe romántico de la independencia de Chile, una leyenda popular que permanece hasta hoy. Murió cuando sólo tenía treinta y tres años de edad. Su figura, romántica y popular, se convirtió en un mito que ha inspirado tanto a poetas y compositores chilenos, como a cineastas, constituyendo el tema de la primer película del cine chileno "El húsar de la muerte" (Año 1925). 
Como bien entendemos, este es un personaje que no solo nos cae simpático sino que a la vez cuenta con una importante participación en la concreción de los planes libertadores de nuestro Gral. San Martin. Al menos nos gusta pensar eso.

Manuel Rodriguez Erdoíza  (1785-1818)



"El Cautivo de Til Til"-Soledad Pastorutti