Si debiera realizarse un dibujo, una
imagen de hombre, de soldado, de patriota, si debiera verse la imagen inmensa
de un valiente, sin duda seria le efigie del Coronel Martiniano Chilavert. El
primer artillero de la patria.
La historia que contaremos es el final
de su vida, una vida dedicada plenamente a la patria, no es la única historia
que podríamos contar, pero si podemos afirmar que es la historia en donde se ve
su valor y hombría en toda su inmensidad.
Chilavert volvió de España en 1812 a
donde había ido a estudiar matemáticas, ciencia útil para los artilleros. Se embarcó
en la fragata Canning junto que San Martin, Alvear, Zapiola. Imaginen Uds. lo
que habrá sido ese viaje.
En 1820 estuvo bajo el mando de Alvear en el periodo llamada "Anarquía del año XX",
se exilió en Montevideo, renunció al ejército y en 1824 se recibió de
ingeniero, participo de la urbanización de Bahía Blanca, volvió al ejército y
la batalla de Ituzaingó lo vio como un valiente y un exacto artillero bajo el
mando de Iriarte. En esta batalla se ganó el respeto de propios y extraños.
Vale aclarar que un artillero bien preparado puede detener la avanzada de
cualquier ejército por sí solo. A la vuelta de la batalla y ya identificado con
la política unitaria continuó prestando servicio con Lavalle y el oriental
Rivera.
Coronel Martiniano Chilavert (16 de Octubre de 1798-4 de febrero de 1852) |
Chilavert mostró claro disgusto por la alianza de unitarios
y franceses en 1838 por lo cual fue relevado y exiliado en Brasil.
En 1845 luego de la batalla de Obligado librada entre ingleses,
franceses y unitarios exiliados en Montevideo contra la Confederación Argentina, no pudo tolerar la traición contra
la patria de sus ex compañeros políticos, le escribió a Rosas y se puso a su disposición
"...por ser opuesto a mis principios combatir contra mi país unido a
fuerzas extranjeras, sea cual fuera la naturaleza del gobierno que lo
rige".
"El cañón de Obligado contestó a tan
insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante
un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de
gloria para ella."
Rosas ni lerdo ni perezoso
lo puso a cargo de su artillería pero no sería una tarea fácil, los unitarios lo trataron de traidor. Y aquí comienza
el final de su historia.
La noche anterior a
la Batalla de Caseros participó de la junta de Jefes que Rosas había convocado.
En esa reunión, cuenta Saldías en su “Historia de la Confederación Argentina”,
tomó la palabra y dijo que no había discusión sobre
si se debía combatir. Que él no sabría donde ocultar su espada si había de
envainarla sin combatir al enemigo que enfrente estaba. Que en cuanto a él,
acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante; por que así era
cien veces más gloriosos morir al pie de sus cañones combatiendo, como cien
veces vergonzosas las concesiones de un enemigo que se creía vencedor cuando en
la boca de aquellos debía resonar todavía la gran voz de la patria, la voz del
honor. “Si vencemos-dijo-, yo me hago
eco de mis compañeros de armas para pedirle al general Rozas que emprenda inmediatamente
la organización nacional. Si somos vencidos, nada pediré al vencedor, que soy suficientemente
orgulloso para creer que él pueda darme gloria mayor que la que pueda darme yo
mismo, rindiendo mi último aliento bajo la bandera a cuya honra me consagré
desde niño”
Estas palabras, son
la clara descripción de los ideales del patriota y también el testamento y visión
de lo que ocurriría apenas unas horas después.
Las palabras de Chilavert habían calado hondo
en el general Rosas. A las 9 de la mañana, ya enfrentados los ejércitos, Rosas
le dio la orden: “Coronel, Sea Ud. El primero que rompa sus fuegos sobre los
imperiales que tiene a su frente” y con el primer cañonazo comenzó la batalla
que daría fin al gobierno federal de Juan Manuel de Rosas.
Luego de Caseros,
en donde Urquiza se une con orientales, unitarios y el imperio del Brasil
contra Rosas, tuvo una actuación más que destacada. Con sus 300 artilleros
detuvo el avance de 12.000 hombres del ejército aliado. Cuando se acabaron las
balas de cañón mandó a juntar las balas de los brasileros que habían caído cerca,
cuando estas se acabaron, usó como proyectiles los escombros del palomar que se
desmoronaba. Con los cañones al rojo vivo los artilleros de Chilavert los
enfriaban con baldazos de agua, cuando el agua se acabó se aprestaron a
orinarlos.
Quedaba todavía un último
proyectil y le ordenó al Sargento Aguilar que le cargue el cañón. Él mismo hizo
la puntería a la columna imperial certeramente.
Cuando todo estaba
ya acabado y no quedaba mas nada para tirar, y cuando ya estaba todo perdido,
el ejército de Rosas disuelto y en huida, él se quedó.
Su asistente
Aguilar le suplicaba entre lágrimas que huyera con el caballo que él le había preparado.
“Pobre Aguilar- le dijo Chilavert- te perdono lo que me propone tu cariño. Los
hombres como yo no huyen. Toma mi reloj y mi anillo dáselos a Rafael (su hijo);
toma mi caballo y mi apero y sé feliz. Adiós” Chilavert sabia sin duda que lo
esperaba la muerte y la esperaba con todo el orgullo que el mismo había declarado
la noche anterior. Rechazó la oportunidad de escapar por orgullo propio y
sentimiento patrio. Lo que no sabía el pobre coronel, digno de respeto, era el
ingrato final que le esperaba.
Cuentas las crónicas
(Tanto Aguilar, Antonino Reyes, como el propio hijo de Chilavert) que con toda
soberbia, apoyado sobre uno de los cañones, encendió un cigarro y esperó.
Se acercó el capitán
Alamán y le dijo “Ríndase oficial. Ud. es mi prisionero”. (No tenía idea aún
con quien estaba hablando), con infinito cansancio y parsimonia, lentamente se
paró, sacó su arma del cinto y apuntándole: “Si me toca, señor oficial, le levanto la tapa de
los sesos, pues yo lo que busco es a un oficial superior para entregar mis
armas”. El capitán asombrado por la actitud no pudo mas que mandar a llamar a
un superior. La tropa de Alamán admiraba en silencio a ese hombre que aún
rendido seguía siendo un hombre valiente. Quizás ese valor contuvo a todos esos
soldados que no conocían a ese artillero que ahora sin soltar el arma seguía pitando
su cigarro.
Cuando llegó el
superior, sin bajar del caballo se presentó “Acá estoy coronel, soy el coronel
Virasoro”, Chilavert sin hablar y con claras muestras de dolor se acercó y le
extendió su arma y su sable.
- Señor
coronel, aquí me tiene a su disposición. Le aclaro que sufro de
hemorroides y no puedo caminar. Si me quita el caballo, prefiero que
use esa arma para pegarme cuatro tiros acá mismo.
-No tema usted, coronel Chilavert.
-¿Cómo sabe mi nombre?.
-todos conocen su fama, coronel….
Venciendo el dolor subió al caballo.
-Ahora lléveme con su general, coronel.
Virasoro marcó la dirección y se encaminaron
hacia Palermo.
A mitad camino llegó la orden de Urquiza de que lo
traigan caminando. Imagínense el calvario de ir la mitad del viaje caminando
desde Morón a Palermo.
Cuando llegó rendido de dolor y cansancio le
permitieron sentarse en un banco del jardín. Estuvo allí esperando por algunas
horas, durante ese tiempo tuvo la oportunidad de escaparse dado el descontrol
que reinaba en la casona que había sido de Rosas y ahora se convertía en
cuartel general de Urquiza.
Cuando el entrerriano los mandó llamar, se levantó
aun con dolor, se abrochó la chaqueta y se acomodó el pelo. Un soldado lo
acompañó y golpeó la puerta. De adentro una voz dio la orden de entrar. El
artillero entró solo, solo como había sido encontrado en el campo de batalla,
solo.
-Pase usted, coronel Chilavert. Tome
asiento – y Urquiza hizo un ademán señalando una silla.
-Estoy bien así, general (prefería no sentarse)
Durante unos momentos el trato y la conversación fueron
respetuosos y con las formas que dos caballeros se merecen.
La charla comenzó a elevar el tono y se transformó en discusión,
Urquiza le recriminó la traición y Chilavert le respondió que en esa habitación
había solo un traidor y no era él.
Urquiza se defendió aludiendo que Rosas llevaba
adelante una tiranía y estaba retrasando la constitución del país.
Entonces Chilavert desafiante le dijo:
-Eso no le da derecho a que un ejército extranjero
invada nuestro país. La constitución nos la podemos dar nosotros,
sin esos brasileros esclavistas que tanto dinero le han prestado.
-Y usted. ¿Quién es para decirme qué es bueno o
malo para este país?
-Un soldado que lleva cuarenta años peleando por su
país y que de ninguna manera aceptará que fuerza extranjera alguna pise ésta,
mi patria, aunque traigan constitución, emperador y todo el oro del mundo… Mil
veces he de morir, antes de sufrir el oprobio de vender mi patria –Chilavert le
respondió gritando para que todos escuchen y definitivamente puso punto final a
la conversación.
Urquiza llamó al soldado que custodiaba la puerta, “Acompañe
al coronel”, “Vaya Ud. nomás coronel”, inmediatamente llamó a sus edecanes y
les aclaró “Al coronel me lo fusilan por la espalda, como a un traidor”.
Otra vez lo dejaron esperando en el jardín un buen
rato al calor de febrero, se acercó el mayor Modesto Rolón, se presentó y le pidió
que lo acompañara, se alejaron en silencio y cuando llegaron a un galpón le comunicó
de la orden del general Urquiza. Chilavert pidió un momento para hacer una
plegaria y se alejó unos metros. Cuando terminó se acercó nuevamente.
“Estoy pronto”.
Se acercó a la pared, se sacó el tirador y los
arrojó delante suyo.
-Esto es para ustedes –le dijo a los soldados-, hay
algo de dinero y unos cigarros. Repártanselos. Solo les
pido que apunten al pecho.
Con total resignación se puso en posición. Rolón se
acercó y le ofreció un pañuelo para vendarse los ojos que Chilavert rechazó. Rolón casi al oído, quizás
con vergüenza ajena, le informó “De espaldas coronel”. Lo miró sin entender, no
podía creer lo que escuchaba. Vaya uno a saber que pensó Chilavert en esos
segundos, la habrá hervido la sangre, “Como un traidor? Yo? A mi? fusilarme de
espaldas?”, enseguida Rolón sufrió un
terrible golpe que lo lanzó a un par de metros, “Como a un traidor no!, tiren
al pecho”. Se acercaron un par de soldados que tuvieron la misma suerte que Rolón.
“Como un traidor no, como un traidor, jamás. Tiren
acá. Tiren al pecho, al pecho, que yo no soy un traidor. Traidores
son los que venden a esta patria. Tiren al pecho".
Un facón brilló entre los golpes y empujones. “Al
pecho, al pecho. Traidores son los que se entregan a un imperio de
esclavos por unas monedas.” –
Un facón cruzó al coronel en medio de los
empujones. Esto no lo detuvo. Como una fiera salvaje seguía gritando “al pecho,
tiren al pecho”. Chilavert sabía claramente que esa pelea no era por su vida,
era por su honor y nada más, lo último que le quedaba. Definitivamente y en una lucha desigual se
clavaron las bayonetas y lanzas contra el cuerpo ya casi caído de Chilavert mientras se le iba la vida. “¡No
soy traidor, no soy traidor!”. Un hacha voló mortalmente contra la cabeza del
coronel mientras seguía repitiendo ya totalmente ensangrentado “Tiren acá”. Recién
ahí cayó al piso, Virasoro sacó el revólver y descargó sus balas
sobre el hombre que todavía no se resignaba a ser fusilado como un
traidor. En una convulsión final se señaló el pecho. Con
un hilo de voz, murmuró por última vez “tiren acá, acá” y mirando el cielo
cerró los ojos para siempre.
Las crónicas de la época y luego los historiadores
dejarán siempre en claro que su espalda no sufrió ninguna herida, estaba
totalmente sana. Aun en la desgracia del
vencido, aun prisionero, aun frente al pelotón, no dejó por un solo instante de
ser un verdadero guerrero que no tuvo ni en su último suspiro, un gramo de
miedo.
Dice Saldías “Chilavert
se propuso morir como hombre reconcentrado en su genial entereza”
El cuerpo del Coronel fue tratado con saña salvaje y
Urquiza dio la orden de que quede insepulto. Una práctica que solo se da a los
hombres de la más baja calaña.
El país le reclamará más tarde a Urquiza el fusilamiento
del primer artillero de la patria, incluso Sarmiento quien era boletinero del ejército
aliado le reprochará en su carta desde Santiago de Chile en 1852: “Por qué
mató, General, a Chilavert al día siguiente de la batalla, después de la conversación
que tuvieron?” “Contemplando con Mitre el cadáver desfigurado me decía: A quien
habrá degollado el general en este pobre Chilavert?” “Chilavert era el único que
le quedaba para oponérsele, por su habilidad y valor”.
Ahí quedo unos días el cuerpo del coronel
Chilavert, héroe de Ituzaingó, tirado sin siquiera ser encomendado a Dios. Más
tarde Urquiza mandó entregar el cuerpo totalmente destrozado.
Hoy Chilavert descansa (si así puede llamarse) en una bóveda del
cementerio de Recoleta, una bóveda ajena, prestada, sin placas, sin homenajes. Hasta el día
que a alguien se le ocurra darle el lugar que le corresponde en la historia.
Batalla de Caseros-3 de febrero de 1852 |
Fuentes:
La caída de Rosas-Jose Maria Rosa
Historia de la Confederacion Argentina-Tomo III-
Adolfo Saldías
Caseros, las vísperas del fin- Oscar Lopez Matto